Los Cachorros

Aquí os dejamos un extraordinario trabajo de los Cachorros, de Mario Vargas Llosa, para todos aquellos que os vais a presentar este año al PAU, creo que os servirá de gran ayuda. A disfrutarlo y mucha suerte.

Los Cachorros de Mario Vargas Llosa

PAU La obra en relación con el contexto histórico y literario.

Influenciado por la dinámica de la Guerra Fría. Este clima sirvió de base para los trabajos de los escritores del Boom latinoamericano y definió el contexto en el que sus ideas, a veces radicales, tenían que funcionar. La Revolución Cubana en 1959 y los intentos frustrados de Estados Unidos de invadir la isla a través de Bahía de Cochinos pueden considerarse como el inicio de este período. La vulnerabilidad de Cuba la llevó a estrechar lazos con la URSS, dando lugar a la crisis de los misiles en Cuba en 1962, cuando los estadounidenses y los soviéticos se acercaban peligrosamente a la Guerra nuclear. A lo largo de los años 1960 y 1970, regímenes militares dictatoriales gobernaron en Argentina, Brasil, Chile, Paraguay, Perú y muchos otros países. Por ejemplo, el 11 de septiembre de 1973, el Presidente democráticamente electo Salvador Allende en Chile fue derrocado y reemplazado por el general Augusto Pinochet, que habría de gobernar hasta el final de la década de 1980. Muchos tienen la creencia de que estos gobiernos cooperaron entre sí en términos de implementación de la tortura o eliminación de opositores políticos para «disponer libremente de los órganos de gobierno» en la llamada «Operación Cóndor».

En el período comprendido entre 1950 y 1975 se produjeron cambios importantes en la forma en que la historia y la literatura se planteaban en términos de interpretación y escritura. También se produjo un cambio en la percepción del español por los novelistas estadounidenses. El desarrollo de las ciudades, la mayoría de edad de una clase media grande, la Revolución Cubana, la Alianza para el Progreso, el aumento en la comunicación entre los países de América Latina y una mayor atención a América por parte de los Estados Unidos y Europa contribuyeron a este cambio. El triunfo de la Revolución Cubana y su consolidación a pesar de sendas invasiones desde EE.UU. aceleraron un cambio en la política cultural de EE.UU hacia América Latina, lo cual devino en la llamada Alianza para el Progreso, por la cual EEUU se vio forzado a incluir y reconocer a Latinoamérica en el plano internacional. Los acontecimientos políticos más importantes de la época fueron la caída en 1955 del general Juan Domingo Perón en Argentina a manos de la derecha pro-estadounidense, el triunfo de la Revolución Cubana en 1959, el golpe que derrocó a Allende en Chile en 1973, la lucha violenta y prolongada de la guerrilla urbana, brutalmente reprimida por las dictaduras en Argentina y Uruguay y la violencia sin fin en Colombia. Dentro de este convulsionado período, se ven afectados los escritores tal como se evidencia en sus explicaciones o testimonios.

La mayor atención prestada a los novelistas latinoamericanos y su éxito internacional en la década de 1960, fue el fenómeno que se conoció como el "Boom". Lo que principalmente centró la atención del mundo sobre América Latina fue el triunfo de la Revolución Cubana en 1959, que prometía una nueva era. El período de euforia por dicho acontecimiento se puede considerar como concluido cuando el 20 de marzo de 1971 el gobierno de Cuba endureció su política de partido y el poeta Heberto Padilla fue detenido a raíz del recital de poesía dado en la Unión de Escritores, donde leyó "Provocaciones". Padilla fue arrestado junto con la poetisa Belkis Cuza Malé, su esposa desde 1967. Ambos fueron acusados por el Departamento de Seguridad del Estado de “actividades subversivas” contra el gobierno Cubano. Su encarcelamiento provocó una reacción en todo el mundo, con las consiguientes protestas de conocidísimos intelectuales entre los que figuraron varios escritores del hoy denominado "Boom" latinoamericano. El furor sobre el caso de Padilla puso fin a la afinidad entre los intelectuales latinoamericanos y el mito de inspiración cubana. El caso de Padilla es considerado por algunos como el comienzo del fin del auge del Boom latinoamericano.

EL BOOM LITERARIO LATINOAMERICANO

El Boom fue una renovación literaria, que se dio durante la década de los sesenta, en un contexto histórico en el cual, se estaban dando movimientos de dictaduras militares y golpes de Estado, en países como: Guatemala, Cuba, República Dominicana y Perú, arrojando como resultado el descubrimiento de un nuevo idioma literario, el cual expresaba la realidad latinoamericana con completa autenticidad. Esta renovación literaria también fue conocida como la “Nueva Novela” y sus temas principales fueron: la marginación social, problemas de comunicación entre los seres humanos y la impersonalidad de la sociedad de la época, es decir, con la entrada de esta novela, los autores querían reflejar en sus textos lo que sucedía, las distintas vivencias o situaciones que veían y que afectaban a lo más íntimo del ser, abarcando perspectivas existencialistas y universalistas. La novela ya no trata, ni busca servir a la realidad, sino servirse de ella para representar mundos.

Autores como Vargas Llosa o García Márquez, fueron los que más se destacaron y al nombrarlos no podemos olvidarnos de sus obras magnas: “Los Cachorros” y “Cien Años de Soledad.

Jorge Mario Pedro Vargas Llosa, es un escritor peruano, quien nació un 28 de marzo de 1936, desde 1993 cuenta también con la nacionalidad española. Sus obras han cosechado numerosos premios, entre los que destacan el Príncipe de Asturias de las Letras 1986 y el Nobel de Literatura 2010.

Al igual que otros autores latinoamericanos, ha participado en política, siendo defensor de las ideas liberales. Fue candidato a la presidencia del Perú en las elecciones de 1990.

Se lo considera el autor más joven de este movimiento. En sus obras puede notarse una clara descripción de la sociedad peruana y un intento de acercarse a la humanidad de las personas para comprender los diferentes sucesos históricos y culturales.

“Los Cachorros” fue publicado en 1966. Relata la vida de Cuellar, un joven que sufre un difícil incidente en su niñez, se exponen las consecuencias en él, en su familia, y en su grupo de amigos. A la vez también se cuenta la historia de la clase alta en la ciudad de Lima.

Para Vargas Llosa el Boom latinoamericano, permitió que Latinoamérica ocupara un lugar importante en la cultura europea, ya que la literatura es una fuente de progreso permanente.

El autor y su evolución literaria: Biografía y obras.

Biografía.

Mario Vargas Llosa, nació el 28 de marzo de 1936 en el seno de una familia de clase media de ascendencia mestiza y criolla en la ciudad de Arequipa, en el sur del Perú. Fue el único hijo de Ernesto Vargas Maldonado y de Dora Llosa Ureta, quienes se separaron meses antes de su nacimiento para divorciarse luego del mismo, de mutuo acuerdo. Poco después de que Mario naciera, su padre reveló que tenía una relación con una mujer alemana y, como resultado de dicha unión nacieron dos medio hermanos menores del escritor: Enrique y Ernesto Vargas (el primero falleció de leucemia a los once años de edad; el segundo es abogado y ciudadano estadounidense).

Mario vivió con su familia materna en Arequipa hasta un año después del divorcio de sus padres, momento en que su abuelo Pedro J. Llosa Bustamante se trasladó con toda su familia a Bolivia, donde había conseguido un contrato para administrar una hacienda algodonera cercana a Cochabamba. En dicha ciudad pasó Mario los primeros años de su niñez, junto con su madre y la familia de esta, cursando estudios primarios en el Colegio La Salle, hasta el cuarto grado. Hasta los diez años, se le hizo creer que su padre había fallecido, ya que su madre y su familia no querían explicarle que se habían separado.

Al iniciarse el gobierno del presidente José Luis Bustamante y Rivero en 1945, su abuelo, que era primo hermano del presidente, obtuvo el cargo de prefecto del departamento de Piura, por lo que la familia entera regresó al Perú. Los tíos de Mario se establecieron en Lima, mientras que Mario y su madre siguieron al abuelo a la ciudad de Piura. Allí Mario continuó sus estudios de primaria en el Colegio Salesiano Don Bosco, cursando el quinto grado y donde hizo amistad con uno de sus compañeros, Javier Silva Ruete, quien tiempo después sería ministro de economía.

A fines de 1946 o principios de 1947, y cuando tenía diez años de edad, Mario se encontró con su padre por primera vez en Piura. Sus padres restablecieron su relación y se trasladaron a Lima, instalándose en Magdalena del Mar, un distrito de clase media. Luego se trasladaron a La Perla, en el Callao, donde vivieron en una pequeña casa aislada. Los fines de semana Mario solía visitar a sus tíos y primos que vivían en el barrio de Diego Ferré, en el distrito de Miraflores, donde hizo muchos amigos y donde tuvo sus primeros enamoramientos.

En Lima estudió en el Colegio La Salle, de la congregación Hermanos de las Escuelas Cristianas, de 1947 a 1949, cursando el sexto grado de primaria en 1947, y los dos primeros años de secundaria de 1948 a 1949. La relación con su padre, siempre tortuosa, marcaría el resto de su vida. Por años, guardó hacia él sentimientos entremezclados, como el temor y el resentimiento, debido a que durante su niñez debió soportar violentos arrebatos de parte de su padre, además de un resentimiento hacia la familia Llosa y grandes celos para con su madre; pero, sobre todo, a causa de la repulsión de su padre hacia su vocación literaria, que nunca llegó a comprender.

A los 14 años, su padre lo envió al Colegio Militar Leoncio Prado, en el Callao, un internado donde cursó el 3º y el 4º año de educación secundaria, entre 1950 y 1951. Allí soportó una férrea disciplina militar, y, según su testimonio, fue la época en la que leyó y escribió «como no lo había hecho nunca antes», consolidando así su precoz vocación de escritor. Sus lecturas predilectas fueron las novelas de los escritores franceses Alejandro Dumas y Víctor Hugo. Entre sus profesores figuró el poeta surrealista César Moro, quien por un tiempo le dio clases de francés.

Durante las vacaciones veraniegas de 1952, Vargas Llosa empezó a trabajar como periodista en el diario limeño La Crónica donde se le encomendaron reportajes, notas y entrevistas locales. Ese mismo año se retiró del colegio militar y se trasladó a Piura, donde vivió con su tío Luis Llosa (el “tío Lucho”) y cursó el último año de educación secundaria en el colegio San Miguel de Piura. Simultáneamente trabajó para el diario local, La Industria, y presenció la representación teatral de su primera obra dramatúrgica, La huida del Inca, en el teatro «Variedades».

En 1953, durante el gobierno de Manuel A. Odría, Vargas Llosa ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde estudió Derecho y Literatura. Participó en la política universitaria a través de Cahuide, nombre con el que se mantenía vivo el Partido Comunista Peruano, entonces perseguido por el gobierno, contra el que se opuso a través de los órganos universitarios y en fugaces protestas en plazas. Poco tiempo después, se distanció del grupo y se inscribió en el Partido Demócrata Cristiano de Héctor Cornejo Chávez, esperanzado en que esa agrupación lanzara la candidatura de José Luis Bustamante y Rivero, quien, por aquel entonces, regresaba del exilio. Dicha expectativa no se cumplió. Durante este tiempo, trabajó como asistente del renombrado historiador sanmarquino Raúl Porras Barrenechea en una obra que nunca llegó a concretarse: varios tomos de una monumental historia de la conquista del Perú.

En 1955, a la edad de 19 años, contrajo matrimonio con Julia Urquidi, su tía política por parte materna, quien era 10 años mayor. Debido al rechazo que este acto causó en su familia, se vieron forzados a separarse durante un tiempo estando recién casados. Para lograr mantener una vida en común, el joven Mario, ayudado por Porras Barrenechea, consiguió hasta siete trabajos simultáneos: como asistente de bibliotecario del Club Nacional, escribiendo para varios medios periodísticos e incluso catalogando nombres de las lápidas del Cementerio Presbítero Matías Maestro de Lima; finalmente ingresó a trabajar como periodista en Radio Panamericana, aumentando sustantivamente sus ingresos.

Por entonces, Vargas Llosa empezó con seriedad su carrera literaria con la publicación de sus primeros relatos: El abuelo (en el diario El Comercio, 9 de diciembre de 1956) y Los jefes (en la revista Mercurio Peruano, febrero de 1957). A fines de 1957 se presentó a un concurso de cuentos organizado por La Revue Française, una importante publicación francesa dedicada al arte. Su relato titulado El desafío obtuvo el primer premio, que consistía en quince días de visita en París, hacia donde partió en enero de 1958. Su estadía en la capital de Francia se prorrogó durante un mes, antes de retornar a Lima. Ese mismo año se graduó de bachiller en Humanidades en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, a mérito de su tesis sobre las Bases para una interpretación de Rubén Darío. Fue, además, considerado como el alumno sanmarquino más distinguido de Literatura, por lo que recibió la beca Javier Prado para seguir cursos de posgrado en la Universidad Complutense de Madrid, en España. Antes de partir hacia Europa, hizo un corto viaje por la Amazonía peruana, experiencia que después le serviría para ambientar tres de sus novelas —La casa verde, Pantaleón y las visitadoras y El hablador— en dicho espacio geográfico.

En 1960, luego de terminarse la beca en Madrid, Vargas Llosa se mudó a Francia creyendo que iba a obtener una beca para estudiar ahí; sin embargo, llegado a París se enteró que su solicitud había sido denegada. A pesar del inesperado estado financiero de Mario y Julia, la pareja decidió quedarse en París donde Vargas Llosa comenzó a escribir de forma prolífica. Su matrimonio duró algunos años más, pero terminó en divorcio en 1964. Un año después, Vargas Llosa se casó con su prima, Patricia Llosa, con quien tuvo tres hijos: Álvaro Vargas Llosa (1966), escritor y editor; Gonzalo (1967), empresario; y Morgana (1974), fotógrafa.

En la capital francesa, terminó de escribir su primera novela, La ciudad y los perros, y allí, a través del hispanista Claude Couffon, entró en contacto con Carlos Barral, director de la editorial Seix Barral. La novela consiguió en 1962 el Premio Biblioteca Breve y se publicó al año siguiente en la editorial barcelonesa. En 1966, durante la lectura que hizo de La casa verde, la entonces responsable de derechos de la editorial, Carmen Balcells, decidió proponerse al escritor para convertirse en su agente literario. Lo animó a centrarse exclusivamente en la literatura y le consiguió sustento económico durante el tiempo que durase la redacción de Conversación en La Catedral, a condición de que el contrato con la editorial lo hiciese ella. A partir de ese momento, se convirtió en su agente y llegó a conseguirle contratos extraordinarios.

En 1971, bajo la dirección del profesor Alonso Zamora Vicente, obtiene un Doctorado en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid, España con la calificación de sobresaliente cum laude por su tesis García Márquez: lengua y estructura de su obra narrativa, publicada luego bajo el título de García Márquez: historia de un deicidio. Fue jurado del Festival de Cannes de 1976.

Aficionado al fútbol, Vargas Llosa es un experto en estadísticas de este deporte y durante el Mundial España 1982 ejerció como periodista deportivo.

En 1983 su exesposa Julia Urquidi publicó sus memorias tituladas Lo que Varguitas no dijo en respuesta a la novela La tía Julia y el escribidor, basadas en la relación entre ambos, que fueron reeditadas en 2010.

Obras.

Su primer libro publicado fue una colección de cuentos titulada Los Jefes (encabezada por el relato del mismo nombre), que obtuvo el premio Leopoldo Alas (1959).

Su primera novela, La ciudad y los perros (1963) se desarrolla en medio de una comunidad de estudiantes del Colegio Militar Leoncio Prado (situado en el Callao) y se basa en las experiencias personales del autor. Esta prematura obra adquirió la atención general del público así como un éxito inmediato. Su vitalidad y hábil uso de técnicas literarias sofisticadas impresionó de inmediato a los críticos, y ganó así el Premio de la Crítica Española.

En 1966 aparece su segunda novela, La casa verde, acerca de una casa-burdel del mismo nombre cuya presencia en Piura afecta las vidas de los personajes. La trama se centra en Bonifacia, una chica de origen aguaruna que es expulsada de un convento para transformarse luego en «la selvática», la prostituta más conocida de «La casa verde». La novela obtuvo de inmediato una entusiasta recepción por parte de la crítica, que confirmaba a Vargas Llosa como una importante figura de la narrativa latinoamericana.

Tres años más tarde publica Conversación en La Catedral, su tercera novela, y en 1971 sale García Márquez: historia de un deicidio, que había sido su tesis doctoral en la Universidad Complutense de Madrid.

Después de la publicación de la monumental Conversación en La Catedral, Vargas Llosa se distanció de los temas de mayor seriedad, como son la política y los problemas sociales. Raymond L. Williams, especialista en literatura latinoamericana, describe esta fase de su carrera literaria como «el descubrimiento del humor», cuyo primer fruto fue Pantaleón y las visitadoras (1973), seguido en 1977 de La tía Julia y el escribidor, basada en parte en el matrimonio con su primera esposa, Julia Urquidi, a quien dedicó la novela.

En 1981 aparece La guerra del fin del mundo, su primera novela histórica y una de las más importantes que ha escrito. Esta obra inició un cambio radical en el estilo de Vargas Llosa hacia temas como el mesianismo y la conducta irracional humana. Ambientada en las profundidades del sertón del siglo XIX, se basa en hechos auténticos de la historia del Brasil: la revuelta antirrepublicana de masas milenaristas sebastianistas guiadas por el taumaturgo iluminado Antonio Conselheiro en el pueblo de Canudos.

Tras un período de intensa actividad política, Vargas Llosa volvió a ocuparse en la literatura y en 1993 sacó su libro autobiográfico, El pez en el agua, la novela Lituma en los Andes y la obra de teatro El loco de los balcones. A la histórica Lituma le seguiría la erótica Los cuadernos de don Rigoberto (1997). La Fiesta del Chivo (2000), sobre el dictador dominicano Trujillo fue llevada al cine con el mismo nombre por su primo Luis Llosa. A esta novela le siguió el El paraíso en la otra esquina (2003), que alterna la historia del pintor Gauguin con la de su abuela.

Otro trabajo destacable es un ensayo que resume el curso que dictó en la Universidad de Oxford sobre la novela Los miserables de Víctor Hugo: La tentación de lo imposible (2004). En mayo de 2006, presentó su novela Travesuras de la niña mala, y el 3 de noviembre de 2010 publicó El sueño del celta, obra con la que vuelve al género de la novela histórica y que trata sobre la vida de Roger Casement, cónsul británico en el Congo Belga y en Perú, que entre 1903 y 1911 se dedicó a investigar y a denunciar las atrocidades —explotación salvaje, torturas y genocidio— cometidas por el régimen de Leopoldo II en el Congo y por la compañía C. Arana y la británica Peruvian Rubber Company en la remota selva del Putumayo peruano. En 2013 El héroe discreto vuelve a ambientarse en Perú; en ella narra las vivencias de dos empresarios peruanos.

Premios y Distinciones

En 1959 gana el Premio Leopoldo Alas por Los Jefes.

En 1962 obtiene el Premio Biblioteca Breve con su obra La ciudad y los perros. Con esta misma novela obtiene, en 1963, el Premio de la Crítica Española y el segundo puesto del Prix Formentor.

En 1967 obtiene los premios Nacional de Novela del Perú, el Premio de la Crítica Española y el Rómulo Gallegos por su novela La casa verde.

En 1977 es nombrado miembro de la Academia Peruana de la Lengua y ocupa la Cátedra Simón Bolívar de la Universidad de Cambridge.

En 1982 recibe el Premio del Instituto Italo Latinoamericano de Roma.

En 1985 gana el Premio Ritz París Hemingway por su novela La guerra del fin del mundo.

En 1986 gana el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.

En 1988 recibe el Premio Libertad (Suiza) otorgado por la Fundación Max Schmidheiny.

En 1989 recibe el Premio Scanno (Italia) por su novela El hablador.

En 1990 gana el Premio Castiglione de Sicilia (Italia) al mérito a su obra novelística y es nombrado Profesor Honoris Causa de la Universidad Internacional de Florida en Miami.

Es también Doctor Honoris Causa de la Universidad Hebrea de Jerusalén, del Connecticut College en Estados Unidos, del Queen Mary College, de la Universidad de Londres y de la Universidad de Boston.

En 1993 obtiene el Premio Planeta por su novela Lituma en los Andes.

E1 24 de marzo de 1994 es elegido miembro de la Real Academia Española de la Lengua.

En 1994 le fue otorgado el Premio Literario Arzobispo San Clemente de Santiago de Compostela por Lituma en los Andes.

En 1995 le fue concedido el Premio Jerusalén.

En 1996 el Gremio de los libreros alemanes le otorga el Premio de la Paz.

En abril de 1997 se le otorga el Premio Mariano de Cavia, que concede el diario ABC, por su artículo Los inmigrantes, publicado en El País en agosto de 1996.

Visitante Ilustre de la ciudad de Buenos Aires (Argentina).

Doctor Honoris Causa de la Universidad de Lima (Perú).

Pluma de Oro otorgada por el Club de la Escritura, Madrid (España).

Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa (Perú).

Medalla y Diploma de Honor de la Universidad Católica de Santa María de Arequipa, Perú.

Temas importantes de la novela

a) La castración

“Oyó los ladridos de Judas, el llanto de Cuéllar, sus gritos, y oyó sus aullidos, saltos, choques, resbalones y después solo ladridos” (pág. 65). Esta castración física de Cuéllar marca el principio de la frustración psicológica del protagonista. Es en el colegio donde se inicia el proceso de castración colectiva a que es sometido el protagonista.

El nombre del perro es Judas y el colegio donde tiene lugar el accidente es un colegio religioso. Esta castración física es determinante en la castración individual, social y existencial de Cuéllar, personaje que va a ser representativo de la castración psicológica del grupo.

El problema esencial de Cuéllar no es su accidente en sí, sino la imposibilidad de compaginar su situación de castrado con su deseo de ser uno más del grupo. José Mª Oviedo dice: “Para cultivar el machismo, el castrado tiene que asumir una ficción de segundo grado: fingir que no es castrado”. Por lo tanto, en todo momento tiene que aparentar. Cuéllar está incompleto, carece de aquello que es el emblema del grupo al que quiere pertenecer. Le falta lo que todos admiran. Cuéllar ha perdido una parte de su cuerpo, pero el mismo efecto de castración lo sufre por parte del grupo. Lo destruye la presión de los demás. Los otros también lo castran simbólicamente al exigirle cosas que le son difíciles de realizar: primero, el fútbol, obstáculo que supera, y luego las chicas, obstáculo mayor que nunca podrá salvar hasta caer en una homosexualidad velada.

El castrado se define por lo que no posee, pero los demás, el grupo, también lo están en sentido figurado: mientras ellos sienten que su vida transcurre con normalidad y se dejan llevar, Cuéllar ocasiona problemas. Su conducta, contraria a las normas sociales, hace que se desenmascare. Denuncia los vicios ajenos a través de los propios y les causa rechazo, les hace sentirse en mala compañía, pero a la vez no dejan de perder contacto con él porque les divierte, se entretienen con sus locuras.

Cuestiona también el orden social mediante su degradación personal: por eso, cuando fracasa con Teresita, se hunde y reniega de sus orígenes burgueses juntándose con los grupos sociales más bajos: drogadictos, delincuentes, etc. A pesar de esto, el grupo sigue en contacto con él y mantienen una complicidad hipócrita.

La vida sigue siendo excelente para el grupo, pero la condición de castrado de Cuéllar le ha permitido ser consciente de sus carencias y de la propia castración simbólica del grupo de amigos. El grupo de amigos está castrado porque está sujeto a los valores de su clase social, que le impone la rutina, la monotonía, hacer lo mismo que hicieron sus padres y que harán después sus hijos: “Eran hombres hechos y derechos ya y tenían todos mujer, carro, hijos que estudiaban en el Champagnat…” Aquí vemos, pues, la castración colectiva que la castración física de Cuéllar saca a la luz.

La condición de castrado de Cuéllar le lleva a recorrer otros ambientes, otros barrios: “… en cabarets de mala muerte (el “Nacional”, el “Pingüino”, el “Olímpico”, el “Turbillón”) o, si andaba muca, acabándose de emborrachar en antros de lo peor, […] cantinas del Surquillo o del Porvenir”.

Ve así la otra cara del mundo, la que no conocen sus amigos miraflorinos. La castración colectiva condiciona la mirada sobre la realidad y la relación del individuo con su medio que lo dirige hacia hábitos ya preestablecidos y consolidados.

J. Ortega ha interpretado simbólicamente la castración como una parábola de la integración social, del tránsito de la adolescencia a la madurez. J. M. Oviedo apunta que toda la etapa formativa del hombre es una castración y entiende la obra como una metáfora tragicómica de la sociedad peruana y la interpreta como una crítica de la vida burguesa. Matilla Rivas interpreta en la emasculación de Cuéllar la castración mental o espiritual de la clase burguesa peruana. La castración de Cuéllar cumple una función de engranaje literario: para que el resto del grupo pueda adaptarse a la sociedad burguesa, es necesario sacrificar la parte de ellos mismos representada por Cuéllar. La muerte física de Cuéllar es la muerte espiritual de los demás.

b) El machismo y el sexo

La sociedad miraflorina es una sociedad machista. El machismo de los personajes de la novela se manifiesta en comentarios como éstos: “Ella será la vaca y yo seré el toro” (pág. 76). “Se metían en la bodega del chino, golpeando el mostrador con el puño: ¡Cinco capitanes! Seco y volteado, decía Pichulita, así glu, glu, como hombres, como yo” (pág. 78).

En un mundo machista el miedo y la timidez están muy mal vistos. Recordemos que quizá fue el miedo la causa por la que Judas mordió a Cuéllar. Su tartamudeo también lo delatará más adelante. Cuando intenta relacionarse con Teresita, tartamudea porque es tímido y no está seguro de sí mismo, atributos incompatibles con la virilidad y el machismo.

Para estos “cachorros” las mujeres sólo sirven para ostentar su hombría. El comportamiento de Teresita y el “macho” Cuéllar puede servir como ejemplo de la relación hombre/mujer que se da en algunos sectores de la clase media y alta de Hispanoamérica.

Se manifiesta en la novela el arquetipo de “macho”, hombre brutal que a través de sus acciones, muchas de ellas tragicómicas, exhibe todos los atributos que demuestran hombría y virilidad, todos excepto el más importante, que es del que carece. Hace carreras de coches, se arriesga, tiene accidentes, “corre olas” cuando el mar está peligroso, habla de temas trascendentes, se emborracha, etc. Hace todo lo que hacen los hombres y que está establecido que hagan en una sociedad machista. Pero fracasa, en el fondo es inseguro, está hundido, es tímido, teme la marginación, el aislamiento y su única salida es la muerte. Él nunca podrá pertenecer a esta sociedad machista, carece de su emblema, de lo más valioso: el órgano sexual.

El comportamiento de Teresa ejemplifica la conducta de un tipo de mujer latinoamericana que se sabe atractiva. Es coqueta y emplea sus atributos y sus usos sociales burgueses para conseguir lo que quiere con los hombres. Le gusta sentirse débil y frágil con los hombres, ingenua, superficial, ya que estas cualidades son las que valen en una sociedad machista y las que acentúan la conducta machista de los hombres, que prefieren una mujer que sepa estar, que sea bella y que les sirva, puesto que la mujer es considerada como una posesión, un “objeto” con dueño.

Dentro del tema del machismo se debe incluir el fútbol, deporte que en la obra constituye casi un mito. Cuando Cuéllar llega al colegio, para ser aceptado e integrado en el grupo tiene que aprender a jugar al fútbol, deporte absolutamente masculino y que era símbolo de hombría. La práctica de este deporte conlleva a la vez la práctica de un lenguaje específico: la jerga deportiva, y también una serie de acciones (gestos, ademanes, comportamientos, etc.), que conforman todo un entramado mítico pura-mente machista.

El conjunto de estos elementos conforma un ritual y, de esta forma, el fútbol se convierte en un mito para los jóvenes y para la sociedad miraflorina. Cuéllar supera la prueba y entra a formar parte del grupo. Será la primera y la única prueba superada con éxito.

En una sociedad machista el atributo de más prestigio es el sexo. Hablar de sexo da hombría y poder. Entre los muchachos, la actitud que adoptan ante el sexo es una forma de definirse, de demostrar su virilidad y de considerarse dignos de sí mismos. La hazaña sexual sirve para aumentar la autoestima, para ser más respetados por los demás y respetarse más uno mismo.

En la novela, la emasculación de Cuéllar, su minusvalía sexual, lo convierte en un ser digno de lástima a los ojos del grupo y que es impulsado a convertirse en un intruso, en un marginado.

c) La hipocresía y la marginación

Cuéllar llega a Miraflores para empezar una nueva vida. Entra en el colegio Champagnat, colegio religioso, y conoce a un grupo de jóvenes con los que entabla una relación. Allí es atacado y emasculado por el perro del colegio y, además, es condenado por el grupo de amigos a disimular para siempre dicha castración con el apodo que le imponen: “Pichula Cuéllar”. Se le da el nombre popular del pene, es decir, de lo que ha perdido, y debe crecer disimulando su carencia para que ésta no sea una vergüenza para el grupo.

Cuéllar intenta suplir esta carencia exhibiendo su fuerza corporal. Esto crea falsas expectativas en el entorno femenino y todavía acentúa más su defecto, lo que le arrastrará a cometer locuras que lo llevarán hasta la muerte. Pichula Cuéllar es un apodo cruel que subraya una ausencia irrecuperable.

Después de la castración de Cuéllar, la vida del muchacho ya no será la misma y deberá enfrentarse a la gran hipocresía social del mundo en el que está viviendo. Los hermanos del colegio Champagnat le siguen poniendo buenas notas aunque ya no se las merece. Sus padres le conceden todos los caprichos. No se habla de lo sucedido y Cuéllar sigue su vida como si nada hubiese ocurrido, aunque le faltaba lo que esta sociedad en la que estaba inmerso más valoraba: la virilidad.

Cuéllar sólo se ocupa de disimular su cambio, mientras que el grupo de amigos continúan su vida adaptados al medio social y sin mayores dificultades. Siguen su rutina: el colegio, la Universidad, el trabajo, las chicas, el matrimonio. Sólo Cuéllar es el “diferente”, el que rompe esta normalidad en la que el grupo está asentado.

Cuando, los jóvenes empiezan a salir con chicas, lo conducen por un camino vedado para él, lo incitan a entrar en el mundo del sexo y del erotismo, y le hacen caer en una moral hipócrita para salvar las apariencias y que entre en el juego de las relaciones amorosas. Ellos, que conocen perfectamente la carencia de Cuéllar, se divierten y lo provocan inconscientemente. Esto discrimina a Cuéllar y es em-pujado a recorrer su condición de marginado adoptando una actitud de ataque contra el grupo.

La hipocresía del grupo precipita la caída de Cuéllar dentro de la sociedad miraflorina. Ellos saben por qué nunca tendrá novia, pero prefieren dejar paso a la ambigüedad aparentando no ser conscientes de ello. La sociedad le hizo ver a Cuéllar que tenía que ser hipócrita por el resto de su vida. De otra manera, sería marginado y expulsado de su entorno por aquellos que antes habían sido sus amigos.

El grupo le incita a “tirar plan” con Teresita sin pararse a pensar lo que ocurrirá después porque, según Lalo, es “absurdo” pensarlo. Cuando Cuéllar les decía que las chicas son sólo objetos del deseo, ellos -con Lalo a la cabeza- se enfadaban con él y acababan discutiendo. Son unos hipócritas. Primero, le intentan convencer para que se declare a Teresita recurriendo al mismo argumento del que antes habían renegado, ya que le decían que ella sólo sería un “plancito” de un rato y después la dejaría.

El grupo vive en la mentira. Cuéllar cuestiona su mundo de falsas apariencias. Cuando no de-clara su amor a Teresita, en realidad está defendiéndolo porque no quiere “plancito”. Su silencio dice mucho de sus principios. Este comportamiento de Cuéllar revela la falsedad y la hipocresía del grupo, la pobreza en valores del mismo. Para ellos, el silencio de Cuéllar con Teresita era otro obstáculo, otra muestra de alejamiento y de marginación. Esta circunstancia provoca una reacción de ira llegando a llamarle “maricón”.

d) El fracaso, la frustración y la muerte

En Los cachorros el fracaso está reflejado en la figura de Pichula Cuéllar y en el grupo. A medida que avanzamos en la lectura de la obra, podemos apreciar cómo el fracaso se va apoderando de la vida de Cuéllar.

Fracasa socialmente porque no acaba de ser aceptado en el grupo y porque su condición de castrado lo aleja de una sociedad machista. Al perder sus órganos sexuales, su virilidad, su “hombría”, perdió también toda oportunidad de vivir en ese entorno. Fracasa personalmente al tratar de tener una relación con Teresita. Fracasa en los intentos por conseguir una solución para su problema. No hay ope-ración posible o así se la hace ver a su padre.

Fracasa como hombre y vuelve a ser un marginado. Es un exiliado social porque la sociedad en la que se crio estaba basada en las apariencias. De ahí que viviera una mentira. La muerte es el resultado de su fracaso. Cuéllar no puede superar el umbral social de la integración en el grupo ni tampoco el psicológico, porque no acepta el rechazo de Teresita. Entonces se va frustrando poco a poco hasta acabar con su vida. La muerte física del protagonista está precedida por su muerte simbólica.

La muerte física del protagonista simboliza la frustración del grupo porque ya no será más una unidad de cohesión social. La novela termina con el inicio de un nuevo ciclo de frustración y degradación física: “Comenzábamos a engordar, a tener canas, barriguitas, cuerpos blandos, a usar anteojos para leer, a sentir malestares después de comer y de beber y aparecían ya en sus pieles algunas pequitas, ciertas arruguitas” (pág. 121).

e) La sociedad burguesa

Los personajes de Los cachorros se incorporan por inercia a la sociedad burguesa miraflorina. Su ideología de clase se manifiesta tanto en la ficción como en la realidad por la necesidad de poseer objetos, de crear unidades familiares cerradas a las relaciones con otras clases sociales: “Eran hombres hechos y derechos ya y tenían todos mujer, carro, hijos que estudiaban en el Champagnat…” (pág. 121). Prestemos atención a la enumeración: “Mujer, carro, hijos”. Los coches se equiparan a los hijos y a la mujer. Los personajes están sujetos a unas normas, a una monotonía, a una rutina, y viven en un mundo cerrado e hipócrita, donde la falsa moral y las apariencias son sus emblemas.

Los cachorros se convierten en apacibles tigres. Los cachorros es una metáfora de la realidad porque ilustra el paso de la infancia a la madurez, la incorporación al grupo y la frustración que experimenta el adolescente burgués al no poderse integrar en su sociedad.

f) La violencia

La violencia que aparece en la obra no es sólo de índole física: el ataque del perro, la pelea de Cuéllar con Lalo, la ira del padre de Cuéllar hacia los hermanos del colegio y la que inculca a su hijo para que se defienda de los insultos de sus compañeros.

El rechazo también es violencia: los insultos (“maricón”), el apodo (Pichulita designa el órgano sexual, lo que falta precisamente), la marginación que sufre por parte de todo el grupo, el deseo insatisfecho (al no atreverse a declarar su amor a Teresita), la frivolidad de Teresita al dejarlo de lado cuando conoce a Cachito Arnilla. Todo es violencia de distinta índole.

La necesidad de estar dentro del grupo, de sentirse parte de él, no poder encontrarse ni encontrar un sitio en esa comunidad también arrastra una fuerte carga de violencia gratuita. Está presente de principio a fin en la novela.

¿Por qué se la considera una obra maestra?

Ágil, intensa, única… Los cachorros es un puro ejercicio de estilo, donde el genial Mario Vargas Llosa, nos demuestra la intensidad de sus intenciones. , Los cachorros no es sino la destreza de un escritor hecha realidad negro sobre blanco. La puntuación, las voces, la dualidad entre la tercera y la segunda persona y un ritmo endiablado y vertiginoso, como la vida del protagonista, son todas ellas características que pigmentan soberbiamente ese universo miraflorino que tan bien conoce y retrata el Premio Nobel. Audaz, puntiagudo, a la vez que locuaz, su pluma no deja espacio para el desaliento, y si bien La colmena del también Nobel Camilo José Cela se ensalza por ser un espléndido ejemplo de cómo plasmar el eco coral de las voces de sus personajes, Los cachorros de Vargas Llosa, no dejan de sorprendernos en este sentido, pues el elenco de personajes que acompañan al protagonista Cuéllar (Choto, Cingolo, Mañuco y Lalo) son un magnífico remedo de ese arte coral llevado hasta las últimas consecuencias en la literatura. En este sentido, Vargas Llosa relata como nadie la vida de una persona marcada por un accidente vital; y lo hace en unas pocas páginas, porque no necesita más, ya que todas ellas son como un todo único, donde la acción y el discurso narrativo están tan magistralmente iniciados, planteados y resueltos, que no dejan opción para la duda. La vida de verdad, esa que transcurre en las calles de nuestra ciudad, está plasmada con una verosimilitud que elevan el valor de lo conciso a la categoría de obra maestra, pues en las páginas de Los cachorros está todo el vigor, la originalidad e interés de las obras más extensas del autor peruano, pero no así de su ambición literaria, porque de esa, Los cachorros tienen una fuente inagotable de talento.

Pichula Cuéllar representa como nadie los oscuros designios del diferente. La castración es sólo un símbolo que se ensalza sobre la vida de los protagonistas de la novela, aunque lo cierto y real de esta historia, es ese río oculto que transita por la parte de atrás de sus vidas. Ese trasunto que no mostramos por miedo y que en el caso de Cuéllar se primero se transforma en un afán por sobresalir para ser aceptado, para a continuación, convertirse en una forma de vida desmedida, que por temeraria asusta y se retroalimenta de la atención de los demás. Los cachorros es el retrato de la vida y obra de un joven, que sabiéndose diferente, lucha por seguir siéndolo, pero desde el lado equivocado, ese que hurga una y otra vez en las cenizas de la derrota. Aquí y allá nos encontramos ejemplos de malavidas que terminan en las cunetas más olvidadas y oscuras de la existencia, pero si acaso duele más, cuando acabas así teniéndolo todo a mano. En ambos casos, el problema siempre sigue siendo el mismo: ¿qué es ese todo? La excelencia del diferente puede ser igual de dañina que la del líder y superdotado que siempre se muestra como un rey sol divino, porque en ambos casos, transitamos por la senda de la desgracia más profunda e insondable: la búsqueda de una felicidad perpetua y permanente que no existe.

Personajes: clasificación, evolución y caracterización

Elige un protagonista colectivo: la burguesía peruana; hecho que determina la creación de personajes muy tipificados, ya que son elaborados en función del grupo que representan.

Cúellar.

Personaje protagonista a quien su problema físico impedirá participar en los ritos del machismo. El relato se organiza siguiendo la ascensión y lenta caída de este héroe imposible. Es el único personaje que posee una individualidad. El resto de personajes conforman la colectividad.

Rasgos de su carácter señalados por otros personajes de la novela:

Buena gente pero muy chacón, decía Chato, por los estudios descuida el porte, y Lalo no era culpa suya, su viejo debía ser un fregado, y Chingólo, claro, él se moría por venir con ellos y Mañuco iba a estar bien difícil que entrara al equipo, no tenía físico, ni patada, ni resistencia, se cansaba ahí mismo, ni nada. Pero cabecea bien, decía Choto, y además era hincha nuestro.

La voz del narrador dice: Pero Cuéllar que era terco. El hermano Agustín señala: se puede ser buen deportista y aplicado en los estudios, que siguiéramos el ejemplo. El narrador, más adelante, vuelve a decir: A medida que pasaban los días, Cuéllar se volvía más huraño con los muchachos, más lacónico y esquivo. También más loco.

Evolución de Cuéllar:

Incorporación al grupo: Periodo de acomodación: Colegio, fútbol, cine, etc. y castración.

Surge el apodo y la fama del protagonista: Lo acepta con alegría. Finge que no ha ocurrido nada y aprovecha todos los beneficios que le ha reportado el accidente, es envidiado por sus compañeros.

Primera crisis: Adolescencia: aparición de las chicas, se siente diferente: sus amigos le incitan a entrar en el mundo del erotismo; él se perturba, se estanca, porque no puede llegar a ser igual que los demás pero quiere ocultarlo y entra en el mundo de las apariencias, de la hipocresía y la falsa moral. Esto solo reafirma su marginación, y adopta una actitud de defensa y ataque contra lo que le recuerda que es diferente. Empieza a tartamudear. Comienzan sus locuras para demostrar su hombría, necesita suplir aquello de lo que carece aparentando ser todo un hombre (se emborracha, se arriesga con las olas, con los coches, todos símbolos machistas).

Crisis definitiva: Aparición de Teresita Arrarte: paréntesis en el comportamiento anterior; aparente cambio, época más estable, aunque va a durar poco tiempo; Se enamora de ella: El grupo lo somete a una última prueba: la declaración que es imposible. Busca nuevos disfraces para disimular su impotencia: es más sociable, se ilusiona con una posible operación, manifiesta intereses intelectuales por la política, el espiritismo, el orden se quiebra con la aparición de Cachito Arnilla, su fracaso. Teresita coquetea con él y Cuéllar se hunde y vuelve a lo andando. Queda desacreditado ante el grupo.

Profunda inestabilidad interior y machismo exhibicionista. Definitivamente, emprende el camino a su propia destrucción, se acelera su degradación, que le conducirá a la muerte.

Cuéllar sufre un desequilibrio: la carencia de su atributo masculino, que al inicio provoca mayor aprecio y solidaridad en su grupo, la intenta compensar destacándose en los otros, como acabamos de ver. Aparece un mecanismo defensivo en sus actuaciones: cuando sufre una crisis por la frustración, decepción o marginación, aparece una demostración de poder (borracheras, correr olas, carreras de coches, frecuenta burdeles y bares). Casi al final de la novela se nos sugiere una posible relación pederasta con chicos adolescentes de catorce o quince años que Cuéllar pasea en su coche: Su carro andaba siempre repleto de rocanroleros de trece, catorce, quince años. Además frecuentaba locales nocturnos de homosexuales. Las noches se las pasaba siempre timbeando con los noctámbulos de “El Chasqui” o del “D’Onofrio” o conversando y chupando con las bolas de oro.

Cuéllar es el único personaje de la novela con una historia individual, y su historia es evocada por una voz plural, el grupo, que es el que conforma la historia colectiva.

La historia de Cuéllar es el testimonio de un miembro de la burguesía que cuestiona sus valores y acaba sacrificándose como “la oveja negra” del rebaño para que sus amigos, víctimas como él, aunque sin saberlo, acaben siendo “Hombres hechos y derechos”.

Cuéllar es la representación de la castración de toda una generación. Representa las características que no se aceptan en la sociedad burguesa. El mensaje que nos queda es que la diferencia no cabe en este mundo; debe ser sacrificada para que todo permanezca igual.

Personajes secundarios

Los amigos. Los amigos de Cuéllar constituyen el personaje colectivo más importante del relato.

Los cuatro compañeros forman un grupo compacto, no hay ninguna quiebra entre estos personajes y el mundo exterior.

En cuanto a su caracterización, observamos que no existen apenas rasgos diferenciadores entre ellos, es notoria la ausencia de un retrato físico o moral, sólo conocemos un comportamiento tipo; sus reacciones son en cadena. Cuéllar, frente a ellos, es una figura discordante, hay un distanciamiento entre él y el grupo; ellos intentan recuperarlo. La imposición del apodo es, a este nivel, bastante significativa, porque se presenta como rasgo sintomático del intento de igualación que sus compañeros pretenden. Este acto de despotismo colectivo tiene dos aspectos: por un lado, rebaja, estigmatiza, disminuye; otra parte, confiere un signo de reconocimiento dentro de un grupo dado: de una cierta manera, el apodo integra al individuo en el grupo. Pichulita es la forma de denominar el sexo de los niños, nombre provocador, impronunciable, que connota la mayor anomalía que un individuo puede presentar: la falta de virilidad, y es, además, la forma de reconcomiendo de la condición de castrado de Cuéllar. Pero, en realidad, el grupo no salva a Cuéllar, tampoco se contamina por él, se mantienen al margen y, en el fondo, se entretienen con sus actuaciones. El grupo comenta los incidentes de la vida de Cuéllar pero no le ayuda a mejorar. En sus opiniones y juicios sobre Cuéllar se desvelan sus propios perjuicios y limitaciones y muestran indiferencia y una falsa compasión, cuando muere, el grupo dice: Pero este final es un hecho que se lo buscó. Mientras que para ellos la vida sigue como si nada hubiera ocurrido. Hay un periodo de cierta acomodación de Cuéllar al grupo: los juegos infantiles, las salidas y los cines los mantienen unidos transitoriamente; pero esta situación desaparece cuando en el grupo de adolescentes irrumpen las chicas. Los compañeros le llevan hacia un camino que le perturba, ya que le incitan a entrar en el mundo del erotismo, que está vedado para él. Le imbuyen una moral hipócrita para salvar las apariencias y seguir el juego convencional de las relaciones amorosas. Cuéllar es empujado en esta forma a conocer su condición de marginado, adoptando una actitud de ataque contra los mismos que le hacen tener conciencia de su situación.

Los cuatros amigos son: Lalo, Chingólo, Mañuco y Cholo. Conforman el protagonista colectivo de la novela. Son esas voces del relato no individualizadas. Vargas Llosa las tipifica porque representan a la burguesía peruana. Sus motivaciones son las mismas; la actitud que toman ante determinadas circunstancias es igual. Se adaptan perfectamente al medio social al que pertenecen y van pasando por las diferentes etapas evolutivas con normalidad, sin complicaciones. Podríamos decir que hay una continuidad entre ellos y el mundo exterior, sin fisuras. Los amigos de Cuéllar son cómplices y a la vez testigos de sus actos; cuando Cuéllar empieza a hacer locuras el grupo le aconseja que cambie.

Lalo: De los amigos de Cuéllar, este es el que sobresale en todo. Este es el capitán del equipo de fútbol. Fue el único que estaba en las duchas con Cuéllar la mañana del ataque del perro Judas, pero no hizo nada por ayudarlo, simplemente escapó. Ya en la adolescencia, Lalo es el primero que tuvo novia. Esto provocará la furia de Cuéllar y el inicio de la envidia hacia Lalo, expresada en sus travesuras para llamar la atención. Detrás de la envida hacia Lalo, naturalmente, se encuentro el deseo de ser como él, de tener novia y ser el líder nato del grupo. Así, cuando Chato y Mañuco consiguen novia también y Cuéllar vuelve a imprecarlos, Lalo, sacando cara por los demás, quiere agarrarlo a golpes, aunque lo separan rápidamente. Lalo es el que impulsa al grupo a conversar con Teresita Arrarte y preguntarle por sus sentimientos; él mismo también promueve la charla con Cuéllar para que le declare su amor a la muchacha. Lalo es el primero del grupo en casarse y Cuéllar no puede evitar molestarlo; en la víspera de la boda, Cuéllar provoca un accidente en su auto, pero Lalo sale milagrosamente ileso. Lalo representa al joven miraflorino ideal, la cabeza del barrio, todo lo que Cuéllar desea, pero nunca logra ser.

Las Chicas. Teresita Arrarte.

Las Chicas: Chabuca Molina, Fina Salas, Pusy Lañas, China Saldívar y Teresita Arrarte conforman el grupo de voces femeninas de la novela; son las novias de los cuatro amigos. Carecen de individualidad, al igual que el grupo de los chicos. Actúan como se espera, sin salirse de los cánones establecidos por una sociedad machista en la que las mujeres son valoradas por su físico, por su coquetería y por su posición. Para los muchachos eran un objeto más, una posesión que necesitaban para completar su posición social y sentirse felices y plenos. Ellas también se divertían a costa de las insensateces de Cuéllar. Para las chicas, era un espectáculo que observaban desde el otro lado.

La aparición de Teresita establece un paréntesis, una época de equilibrio basada en unas relaciones amistosas y cordiales que pronto acabarán al aparecer Cachito Arnilla; La coqueta y frívola Teresita entra también en el juego, posee así todos los atributos de su clase que la vinculan al grupo. Tras esta reacción, Cuéllar se sabe expulsado definitivamente del paraíso, se sumerge en el alcohol, las carreras de coches, la natación, viviendo su última etapa aislado del grupo, que se erige en un testigo del proceso degradador que fatalmente le conducirá a la muerte.

Teresita como su contraparte masculina Lalo, es el personaje femenino más destacado. La primera descripción que se da de ella es la siguiente:

Coloradita y coqueta, una sola pero despacito, rubiecita, potoncita y con sus dientes de ratón.

Existe cierto infantilismo en ella, expresado por los diminutivos y por la mención de los dientes de ratón, aunque no se excluye atractivo erótico. Lo que caracteriza su personalidad es la coquetería. Esto se comprueba más adelante, cuando los chicos hablan sobre las posibilidades de Cuéllar con Teresita: “Con las coquetas como Tere nunca se sabe”; por ello deciden buscarla y conversar con ella para “averiguar si de veras Tere se muerte por él o era cosa de coquetería”. La coquetería le brinda poder sobre los chicos que la pretenden. Bajo su lenguaje de diminutivos y su delicadeza, tiene visos de manipuladora. Pese a que su actitud es reprobable, quien recibe la sanción del grupo no será Tere, sino Cuéllar. Justamente con las chicas las que lo critican con más dureza, llamándole maricón. Pero Tere no es la excepción de la regla, sino su máxima expresión. La solidaridad de las otras chicas así lo demuestra.

Los Adultos.

Es decir los padres, los curas del colegio y todos los que pueden fungir de autoridades, no parecen tener demasiada injerencia en la vida de los chicos. Bajo un ficticio mando, en realidad consiente a los jóvenes y dejan pasar su malacrianza. La educación, para los hermanos del Champagnat, se reduce al memorismo, en el que Cuéllar al principio es un as, y a cumplir ceremonias cívicas y religiosas. Son estas prácticas las que revelan los privilegios de Cuéllar tras la emasculación: “Lo hacían ayudar misa, Cuéllar, lea el catecismo, llevar el gallardete en las precesiones, borre la pizarra, cantar en el coro, reparta las libretas, y los primeros viernes entraba al desayuno aunque no comulgara. A su vez, los padres de Cuéllar, los únicos padres que aparecen en la novela, son excesivamente tolerantes con él. Le dan todo y no le exigen nada.

Estructura Temporal y Punto de vista narrativo.

La obra presenta un tiempo de la aventura que abarca unos veinticinco años aproximadamente. Muestra la historia de un grupo de personajes desde su ingreso en el colegio hasta que una nueva generación les sustituya viviendo las mismas circunstancias. Este amplio periodo de tiempo está comprimido en los seis capítulos que constituyen el relato, dándose una condensación del tiempo narrativo y, consecuentemente, el tiempo de la lectura se caracteriza por la brevedad.

La fusión entre el tiempo de la aventura y, el tiempo narrativo se logra mediante una técnica selectiva de fijación de las distintas etapas evolutivas de la vida de los jóvenes. Cada capítulo recoge un estadio en este proceso que podemos seguir tomando a Cuéllar como hilo conductor.

La cronología de los capítulos es asimétrica, al no coincidir el tiempo transcurrido dentro de los límites textuales que abarca cada capítulo.

El Capítulo I cubre un periodo de unos dos años aproximadamente (los niños tienen entre ocho y diez años).

El Capítulo II abarca unos cinco años, (edad: de diez a quince años).

El Capítulo III comprende cinco años.

El Capítulo IV presenta el transcurso de unos dos años.

El Capítulo V comprende unos dos años.

El Capítulo VI el transcurso temporal es más amplio y, aunque no esté exactamente fijado, puede entenderse que han pasado unos diez años.

El relato está ubicado en un tiempo histórico concreto, definido a través de acontecimientos de tipo social (como la llegada de Pérez Prado en los años cincuenta). Estos datos se ven reafirmados por las figuras que marcan la moda: artistas como James Dean, Elvis Presley, cuyo éxito también puede marcarse en la década del cincuenta. La historia está presentada como un suceso acabado, y el narrador, en su función de cronista, va deteniéndose en momentos singulares ampliados en diversos pasajes que, a su vez, fijan acontecimientos, relaciones, comportamientos para configurar el tiempo o edad que se intenta definir.

Habrá, pues, dos líneas temporales: una, la del narrador que avanza desde el pasado hasta el presente absoluto-externo a la narración en que él se encuentra situado, y otra, la del lector, que se mueve de presente a futuro.

Hay una intensificación narrativa y el fluir temporal se va marcando detalladamente. Desde el inicio es continuo y frecuente el uso de construcciones verbales para registrar la sucesión temporal:

“Todavía llevaban pantalón corto…..ya usaban pantalones largos….A medida que pasaban los días….El año siguiente….y así terminó el invierno….

Otro procedimiento es la indicación del paso de los curos académicos:

¿Cierto que viene uno nuevo?, ¿Pata el Tercero A, Hermano?...Cuéllar se soplaba las unas y se las lustraba en la camiseta de Cuarto A…

La mayor condensación narrativa reside en los últimos párrafos, donde el narrador se limita a expresar el movimiento del personaje (Cuéllar) para indicar esa rápida sucesión temporal. Estos fragmentos finales del relato presenta una estructura paralelística que abarca distintos niveles temporales: la historia de Cuéllar acaba, la vida del grupo sigue, la historia colectiva recomienza en la nueva generación:

“Eran hombres hechos y derechos ya y teníamos todos mujer, carro, hijos que estudiaban en el Champagnat, la Inmaculada….”

En estas últimas líneas es cuando se manifiesta el lugar que ocupaba el narrador, fuera de la narración dominando toda la historia y abriendo en el relato una cierta perspectiva de futuro: el ciclo vuelve otra vez a iniciarse.

Debido a la situación que ocupa, el narrador se desplaza por el relato, se identifica con uno u otro personaje, con el grupo inclusive, o bien se distancia de ellos, De ahí la alternancia de la primera y la tercera persona, tanto en singular como en plural:

Todavía llevaban pantalón corto ese año, aún no fumábamos, entre todos los deportes preferían el fútbol y estábamos aprendiendo a correr olas.

Este narrador va registrando las voces de los personajes, sus diálogos en la misma forma que sigue sus desplazamientos, sus gestos o pensamientos. El distanciamos entre la voz narradora y los personajes determina el uso del estilo indirecto libre para la fijación de los diálogos:

Y su padre lo llevaba al Estadio todos los domingos y ahí, viendo a los craks, les aprendían los trucos.

Vargas Llosa comenta del narrador:

El relato está contado por una voz plural, que caprichosamente y sin aviso ondula de un personaje a otro, de una realidad objetiva a otra subjetiva, del pasado al presente o al futuro y, por momentos, en vez de contar, canta, es un decir claro. La idea es que esta voz colectiva, saltarina, serpentina, que marea al lector y lo maltrata, vaya insensiblemente contaminándolo de la historia de Cuéllar, empapándolo con ella, no explicándosela.

El narrador se mueve continuamente y se funde con los personajes. Está fusión del narrador con los personajes se evidencia en el lenguaje, ya que las expresiones, modismos y giros empleados se adaptan perfectamente a ese lenguaje infantil, adolescente o maduro que presenta un estilo peculiar.

El uso de onomatopeyas, es mucho más abundante en los primeros capítulos de la obra, donde se recogen la infancia y la adolescencia, que en los últimos capítulos. Este hecho reflejaría el proceso de maduración de los jóvenes. Los diferentes niveles de lenguaje establecerían la oposición entre el mundo infantil y el mundo de los adultos.

La onomatopeya, la mímica, los grafismos constituirían el código lingüístico, por excelencia, de los niños y serían formas expresivas opuestas a las formas lógico-discursivas de los mayores.

El Espacio

Existe un paralelismo en la estructura tempo-espacial. Si partimos de la consideración del nivel cronológico como cíclico, podemos llegar a establecer el mismo esquema mediante el análisis del espacio.

El Champagnat es el núcleo de la acción. Las relaciones amistosas están determinadas por el vínculo que establece el colegio, igual que los juegos y los deportes.

Cuando Cuéllar llega al colegio, los compañeros presuponen su procedencia miraflorina y esta ubicación significa tener un alto rango social. Miraflores es el ámbito donde estos jóvenes desarrollan su vida: en la infancia no traspasan sus límites; fuera del recinto del colegio, los lugares que frecuentan son los clubs deportivos y los cines del barrio.

El paso del tiempo lleva consigo una serie de desplazamientos; en la adolescencia hay una alternancia de la afición al deporte y el trato con las chicas, progresivamente irá decayendo el interés por el fútbol y este lugar lo ocupan las fiestas y el asedio a las jóvenes, lo que determina algunos distanciamos, llegando, incluso, a visitar otros barrios.

Pero el colegio continúa presidiendo las actuaciones del grupo.

Cuando empiezan a cortejar a las chicas, el lugar de reunión es el Parque Salazar, espacio abierto, aunque privativo de los miraflorinos. Al acabar el colegio, el grupo empieza a dispersarse y los escenarios que vuelven a reunirles son el parque Salazar, los clubs, las cafeterías de lujo, y las playas. Poco a poco la pandilla se aleja del barrio; en lugar de la playa de Miraflores, La Herradura será el nuevo escenario que cobra especial relevancia, ya que el fútbol es sustituido por la natación.

Con el paso de la adolescencia a la juventud, van adquiriendo mayor autonomía, empiezan las salidas nocturnas, visitan los cabarets y las prostitutas. Finalmente la pandilla se deshace, unos se casan, otros van al extranjero, pero vuelven a Miraflores, quedando integrados en la sociedad burguesa, mentalidad definida por el afán de poseer objetos:

Y teníamos todos mujer, carro, hijos que estudiaban en el Champagnat…y se estaban construyendo una casita para el verano en Arcón…

El relato se cierra quedando esbozado un nuevo protagonismo del Champagnat, lo que significa la vuelta al punto de partida.

El conjunto de escenarios analizados aparecen como los lugares comunes compartidos por el grupo, pero al lado de ellos hay también otros recintos que podemos descubrir siguiendo los desplazamientos de Cuéllar. Este personaje se destaca de sus amigos por sus relaciones con el medio, él vive un proceso continuo de adaptación, de aprendizaje de normas y actitudes que son algo dado de antemano, perfectamente aprendido por los otros. Mañuco, Lalo, Chingolo y Choto forman un bloque compacto, bien integrado en el ambiente social, que actúa a diversos niveles: colegio, amistades, diversiones, profesiones. Cuéllar es, por el contrario, un extraño que no conseguirá integrarse. En el colegio debe posponer su afán de conocer, sus inquietudes intelectuales y aficiones al deporte. Mejor dotado que el resto de sus compañeros, vivirá intentando romper los límites establecidos por la estrecha mentalidad social.

El personaje intenta una evasión a dos niveles:

Por medio de la imaginación.

Con desplazamientos reales.

Este proceso se inicia cuando Cuéllar se encuentra en la clínica. La experiencia del dolor le lleva a realizar una primera fuga, identificándose con el “Águila Enmascarada” sueña tener unos poderes de superhombre que la realidad le niega. Es una actitud evasiva constante en el personaje, pues, a través del relato, observamos cómo Cuéllar continuamente se dirige a otras zonas, traspasa las barreras del reducido espacio miraflorino y admira a las figuras que han marcado el rumbo de la Historia:

Hitler no fue tan loco como contaban, en unos añitos hizo de Alemania un país que se le emparó a todo el mundo, ¿no?, qué pensaban ellos.

Intuye otras fuerzas que posee el hombre, evocando el mundo de las ciencias ocultas:

El espiritismo no era cosa de superstición sino ciencia, en Francia había médiums en la Universidad y no sólo llaman a las almas, también las fotografían, él había visto un libro.

Cuando define su vocación, vemos también la oposición frente a los compañeros: todos eligen una profesión que les permitirá una vida estable, rutinaria. En cambio, la elección que Cuéllar insinúa presenta una connotación evasiva:

Entraría a la Católica….par entrar a Torre Tagle y ser diplomático….se viajaba tanto….

Pero la atención de Cuéllar no sólo capta espacios lejanos, desconocidos, sino que también fija lo cercano: el mundo de los marginados aparece en el relato a través de la mirada compasiva del personaje:

¿De eso había llorado?, si, y también de pena por la gente pobre, por los ciegos, por esos mendigos que iban pidiendo limosna en el jirón de la Unión y por los canillitas que iban vendiendo La Crónica…. Y por esos cholitos que te lustran los zapatos en la plaza San Martín…..

Todas estas situaciones están presentadas como intervenciones directas del personaje, siendo una conformación discursiva que define la singularidad de unas visiones no compartidas o ignoradas por los otros.

Cuando Cuéllar abandona Miraflores y se marcha a Tingo María, por la voz del grupo conocemos la causa aparente:

Cuéllar ya se había ido a la montaña, a Tingo María, a sembrar café….

Sin embargo, al integrar este desplazamiento en el proceso evasivo, el motivo del viaje adquiere una nueva dimensión, es la huida y, al mismo tiempo, la búsqueda de nuevos horizontes, el encuentro con la naturaleza, con lo puro.

Cuéllar es excluido del grupo:

.... y cuando venía a Lima y lo encontraban en la calle, apenas nos saludábamos.

Finalmente, el personaje enmudece, por el grupo conocemos su desarraigo, su soledad, la muerte:

… y ya se había vuelto a Miraflores, y ya se había matado, yendo al Norte…..

Termina el relato con dos secuencias narrativas yuxtapuestas, una que presenta la terminación de la historia de Cuéllar, y la otra, la trayectoria final del grupo. La conexión de unidades narrativas permite establecer el paralelismo entre la muerte de Cuéllar y el estancamiento, la pasividad de sus amigos. Esta actitud está connotada en el nombre utilizado para designar los: “cachorros” es un americanismo usado despectivamente para expresar la mala educación o crianza, de esta forma deriva “Cachorrear”; peruanismo que significa dormitar.

En la combinación de ambos sentidos se define una vida vacía, carente de ideales.

Paradójicamente Vargas Llosa mueve a sus personajes en unos escenarios que perpetúan la memoria de hechos importantes y de grandes hombres: figuras de relevancia en la cultura, como Ricardo Palma, o que combinaron el curso de la Historia, como San Martín o Ramón Castilla. El marco escénico rememora las grandes hazañas; el mundo de los héroes alberga a los antihéroes. Así, pues, la configuración del espacio tiene en el relato una función referencial, reafirmando el anti heroísmo al crearse el contrapunto diferenciador pasado-presente, contenido en las categorías grandeza-mediocridad.

Estilo y técnicas narrativas.

El estilo y el lenguaje van unidos a lo largo de toda la novela y se adaptan a las circunstancias que marcan la evolución temporal; es decir, el lenguaje experimenta una transformación gradual que refleja el proceso de maduración del grupo. Por tanto, interesa destacar los procedimientos lingüísticos más usados y los registros.

Procedimientos lingüísticos. Resulta muy significativo el uso de onomatopeyas, diminutivos y relación sintáctica por yuxtaposición o por polisíndeton.

Las onomatopeyas son muy abundantes en los primeros capítulos (infancia y adolescencia) ya que responden al modo natural que tiene el niño para definir lo que no conoce a través de los efectos sensoriales que provoca, y porque algunas de dichas onomatopeyas forman parte de los códigos internos entre los miembros del grupo del colegio, que actúan como marcas de identidad. En los últimos capítulos, ya casi adultos, apenas hay ejemplos. Algunas expresiones son comentarios insertos en diálogos que significan integración y demarcaciones de un territorio compartido. Otras onomatopeyas adquieren valor temático, como por ejemplo las referidas a Judas, donde se anuncia la tragedia; otras potencian las "hazañas" del héroe o muestran la inseguridad de Cuéllar ante las chicas (onomatopeya del tartamudeo).

Los diminutivos (-ito, -cito. -ecito) aparecen en contextos diferentes y con diversos valores así como en nombres y apodos (“Pichulita”). También responden, al igual que las onomatopeyas, al habla juvenil, pero su uso no se limita a esta etapa, ya que los encontramos usados por los personajes ya adultos, posiblemente como rasgo de su infantilismo permanente y como marca de hipocresía y reflejo de una clase social burguesa exenta de responsabilidad y mediocre. Es decir, su uso constante manifiesta el paso de una inconsciencia juvenil a un estado acomodado burgués en la edad adulta que no significa necesariamente madurez.

La yuxtaposición o relación asindética de varios elementos, típica del lenguaje infantil como del nivel popular y registro oral, al eliminar los nexos acelera la expresión y la hace más espontánea. Por otra parte, el uso de la conjunción "y" permite dar entrada en el diálogo.

Registros. Según las circunstancias y los interlocutores, se advierten cambios en los registros idiomáticos.

1. Registros del grupo. La evolución de los chicos tanto en sus gustos como en sus costumbres se manifiesta a través de los distintos registros que utilizan. Por ejemplo, en su niñez, como les apasiona el fútbol, hablan como expertos. En su adolescencia, son las fiestas, la música, las chicas, el alcohol para sentirse más hombres.

2. Registros de Cuéllar. En la evolución de los jóvenes, el interés se centra ahora en buscar novia. Y ahí es donde, fruto de la marginación, comienza la envidia de Cuéllar, quien para vivir lo que los demás viven, habla constantemente de sexo. Frente a un tono inquisidor aparece un lenguaje "castrado", lleno de timidez cuando le preguntan por qué no se le ve con chicas, lo que en un mundo machista se considera muy lamentable. Cuéllar cambiará de registro cuando empieza a cortejar a Teresita. Habla como un adulto, lanza piropos, habla de temas más intelectuales,... de tal manera que los muchachos piensan que ha vuelto a ser el Cuéllar anterior al accidente e incluso él muestra sus proyectos de futuro.

3 Registros de Teresita. El lenguaje de Teresita es infantil, con muestras de aparente debilidad e inocencia, como debía ser propio de una joven de buena familia, aunque se aprecia claramente su interés y manipulación.

Léxico. En el vocabulario destacan los americanismos (pasto, sonsito, conchudo, medio pelo, huevón, carro, sobrándose,), peruanismos (paraba, muñequeo, cafiche, trago, rocanrolero,...) y voces inglesas (tofis, hot-dog, Bowling,...).

TÉCNICAS NARRATIVAS.

A) El narrador. En la novela aparecen dos voces narrativas:

1) Narrador colectivo: grupo de los cuatro amigos de Cuéllar. Primera persona del plural ("nosotros") que habla desde la perspectiva del grupo y excluye a Cuéllar. Tiene sentido, en cuanto que Cuéllar muere al final de la novela y su historia será contada por otros, y también sirve para marcar la distancia entre Cuéllar y el grupo, pues nunca formará parte de él.

2) Narrador en tercera persona del plural. Voz anónima que tampoco incluye a Cuéllar.

Las dos voces se funden, se yuxtaponen, creando un ritmo acelerado en el relato que da una sensación de movimiento. Se combina lo subjetivo con lo objetivo. "Nosotros" presenta al grupo como testigo pasivo de lo que le sucede a Cuéllar; y "ellos" desvela la falsedad de la amistad del grupo hacia él. Nunca se destaca a ningún muchacho del grupo individualmente. El narrador está oculto tras el colectivo y se funde con los personajes; se desplaza por el relato identificándose con unos y otros, con el grupo, aunque también se distancia de ellos.

B) Período literario proteiforme. Técnica narrativa que consiste en:

1) Mezcla de voces narrativas y personas del verbo sin que se rompa el sentido de la secuencia narrativa y sin que el monólogo o el diálogo se separen del discurso o se interrumpa la descripción, lo que confiere a la obra una perspectiva coral. A veces, incluso, se produce la falta de concordancia entre sujeto y verbo.

2) Cambios de lugar o de punto de vista y de escena directamente, sin hacer referencia a ello, a modo de cámara cinematográfica.

3) Uso de la narración dialogada, de modo que los diálogos se transcriben sin verbos introductores como en la conversación real y quedan interpolados con el discurso del narrador. El diálogo fluye rápido. El narrador deja de hablar y cede la palabra a los personajes, que hablan en estilo directo. Con ello se produce un efecto de multiplicidad de enfoques narrativos que cambia rápidamente ante los ojos del lector y el efecto que produce esta amalgama de tiempos, voces y situaciones es el de la crónica real, lo que se cuenta al mismo tiempo que está ocurriendo. También permite al lector hacerse cómplice de las situaciones y las vidas de sus personajes.

No se trata de una simple rebelión como actitud vanguardista iconoclasta o una incorporación de originalidades propias de la literatura contemporánea (Joyce, Kafka, Borges,...). Se trata de sugerir el mundo complejo y colectivo al que se enfrenta el lector, en el que intervienen simultáneamente varias voces. Así, lo que puede dar indicio de caos, incoherencia o desorden, revela, por el contrario, en un solo intento todo lo que la realidad y el sujeto son capaces de transmitir.

RESUMEN

I

Todavía llevaban pantalón corto, no fumábamos, el fútbol era nuestro deporte favorito y estábamos aprendiendo a correr olas.

Cuéllar entro ese año al colegio Champagnat. Apareció un mañana, a la hora de la formación, de la mano de su papé y el hermano Lucio, era muy chiquito y un empollón. La primera semana salió el quinto, la siguiente el tercero y después siempre primero hasta el accidente, ahí comenzó a flojear y sacarse malas notas.

Buen compañero, nos soplaba en los exámenes y en los recreos nos convidaba. Rompíamos filas y ya estábamos en la cancha de fútbol.

Guau, guau, diablo si se escapa un día, si se escapa hay que quedarse quietos, los daneses sólo mordían cuando olían que les tienes miedo.

Jugaban al fútbol hasta las cinco, Cuéllar se despedía, hombre, no te vayas todavía, vamos al “Terrazas”, le pedirían la pelota al Chino, Cuéllar, no podía, su papé no lo dejaba, tenía que hacer las tareas.

Buena gente pero muy Chancón, por los estudios descuida el deporte, iba a estar bien difícil que entrara al equipo, no tenía físico, ni patada, ni resistencia, se cansaba ahí mismo, ni nada. Pero cabecea bien, había que meterlo como sea.

Pero Cuéllar, que era terco, se entrenó tanto en el verano que al año siguiente se ganó el puesto de interior izquierdo en la selección de la clase. Se puede ser buen deportista y aplicado en los estudios, decía el Hermano Agustín, que tomaran su ejemplo. Ya está, le decíamos, ya te metimos pero no te sobres.

Cuéllar se metía siempre a la ducha después de los entrenamientos. A veces ellos se duchaban también, guau, pero ese día, guau, guau, guau, sólo Lalo y Cuéllar se estaban bañando. Guau, guau guau. Lalo chilló y escapó, temblando, oyó los ladridos de Judas, el llanto de Cuéllar, sus gritos, su terrible susto. Abrió la puerta y ya se lo llevaban cargado, el baño entero era purita sangre. El Hermano Leoncio perseguía a Judas, lo agarraba y lo metía a su jaula y por entre los alambres lo azotaba sin misericordia. Ese fue el único tema de conversación en los recreos y en las aulas. Ellos lo estábamos vengando, en cada recreo pedrada y pedrada contra la jaula de Judas.

Cuenta, Cuéllar, hermanito que pasó. ¿Dónde lo había mordido? En la Pichulita.

Era un secreto, su viejo no quería, tampoco su vieja, que nadie supiera. La operación duró dos horas.

II

Vino más deportista que nunca, los estudios comenzaron a importarle menos, pésimas tareas y aprobados. Lo hacían ayudar misa, Cuéllar lea el catecismo, borre la pizarra, cantar en el coro. Quién como tú, decía Choto, te das la gran vida, lástima que Judas no nos mordiera también a nosotros. Los hermanos lo sobaban de miedo a su viejo. Bandidos, qué le han hecho a mi hijo, les cierro el Colegio.

El maldito animal. Lo habrán vendido, decíamos, se habrá escapado, se lo regalarían a alguien, y Cuellar, no, no, seguro que su viejo vino y lo mató, el siempre cumplía lo que prometía. Porque una mañana la jaula vacía y una semana después, en lugar de Judas, cuatro conejitos blancos.

Ahora Cuéllar venía todas las tardes con nosotros al “Terrazas” a jugar fulbito, su viejo ya no se enojaba, al contrario. Le daba dinero para gastar y mucho. Le estaban malcriando.

Él fue el primero de los cinco en tener patines, bicicletas, motocicleta. Comenzaron a decirle Pichulita, el apodo comenzó en la clase, el pobre lloraba, le daba vergüenza repetirla, tartamudeando y las lágrimas que se le saltaban, le había aconsejado su papá, no te dejes muchacho, se lanzaba, rómpeles la jeta, y los desafiaba, le pisas el pie y bandagán, un cabezazo, un patadón, donde fuera, pero cuanto más se calentaba el, más lo fastidiaban.

Fue su padre echando chispas a la Dirección, martirizaban a su hijo y él no lo iba a permitir, que castigara a esos mocosos o lo haría él. A pesar de los castigos de los Hermanos, el apodo salió a la calle y poquito a poco fue corriendo por los barrios de Miraflores y nunca más pudo sacárselo de encima. Si hasta sus amigos se lo decían, era un apodo como cualquier otro.

Poco a poco fue resignándose a su apodo y en sexto año ya no lloraba ni se ponía matón, hasta bromeaba.

En esa época ya se interesaban por las chicas y tonteaban con ellas. A veces les llevábamos papelitos escritos y se los lanzaban a la volada, qué bonita, eres, me gustan tus trenzas….

Y así se nos pasaban las tardes, correteando tras los ómnibus del Colegio La Reparación, y ya no jugábamos tanto fulbito como antes, nos pasábamos sábados, domingos íntegros, bailando entre hombres, en casa de Lalo.

Casi al mismo tiempo aprendimos a bailar y a fumar. Antes, lo que más nos gustaba en el mundo era los deportes, y el cine, y daban cualquier cosa por un match de fútbol, y ahora, en cambio, lo que más era las chicas y el baile.

Ya usaban pantalones largos entonces, nos peinábamos con gomina y habían desarrollado, sobre todo Cuéllar, que de ser el más chiquito y el más enclenque de los cinco pasó a ser el más alto y el más fuerte. Te has vuelto un Tarzán, Pichulita, le decíamos, qué cuerpazo te echas al diario.

III

El primero en tener enamorada fue Lalo y se fueron de copas y se emborracharon para celebrarlo.

Cuéllar comenzó a hacer locuras para llamar la atención, le tenía una envidia horrorosa a Lalo. Sus locuras eran desde robar el coche a su viejo, hacerle un quite a un mozo y escapar, volar los vidrios de una ventana con la escopeta. Se hacía el loco para impresionar, pero también para sacarle cachita a Lalo, tú no te atreviste y yo sí me atreví. Que odio le tenía al pobre Lalo.

En cuarto de Media, Choto le cayó a Fina Salas y le dijo que sí, y Mañuco a Pusy Lañas y también que sí. Cuéllar se encerró en su casa un mes y en el colegio apenas si lo saludaba .Todos tenían ya novia menos él y Chingolo. Pero poco a poco se conformó y volvió al grupo. ¿Por qué en vez de picarse no se conseguía una hembrita y paraba de fregar?

Y una vez Lalo se enojó: mierda, iba a partirle la jeta, hablaba como si las enamoradas fueran cholitas de plan. Los separamos y los hicieron amistar, pero Cuéllar no podía, era más fuerte que él, cada domingo, con la misma vaina.

En Quinto de Madia, Cingolo le cayó a la Bebe Romero y le dijo que no, a la Tula Ramírez y que no, a la China Saldívar y que si, a la tercera va la vencida. Lo festejamos en el barcito de los Cachascanistas de la calle San Martín. Mudo, encogido, triste en su silla del rincón, Cuéllar se aventaba capitán tras capitán: no pongas esa cara, hermano, ahora le tocaba a él, lo ayudaríamos y nuestras enamoradas también. Le conseguiríamos una hembrita aunque fuera feíta, y se le quitaría el complejo.

Desde entonces Cuéllar se iba solo a la matiné los domingos y días feriados, y se reunía con ellos nada más que en las noches, en el billar, en el bar, la cara amarga.

Pero en verano ya se la había paso el colerón, íbamos juntos a la playa, en el auto que sus viejos le habían regalado por Navidad, un Ford convertible. No respetaba los semáforos y ensordecía, asustaba a los transeúntes. Se había hecho amigo de las chicas y se llevaba bien con ellas. ¿Por qué no le caes a alguna muchacha?, así serían cinco parejas. Cuéllar se defendía bromeando, no porque entonces ya no cabrían todos en el poderoso Ford.

Pero él no quería tener enamorada y prefiero mi libertad, y de conquistador, solitario se estaba mejor. Tu libertad para qué, decía la China, para hacer barbaridades. Lo que pasa es que no te gustan las chicas decentes, decían ellas.

Las chicas se preguntaban porque no gustaba Cuéllar, cuando era un chico para gustar.

Las muchachas se compadecían de que no tuviera hembrita a su edad, les da pena que ande solo, lo querían ayudar. Tal vez no saben pero cualquier día van a saber, decía Chingolo.

A medida que pasaban los días, Cuéllar se volvía más huraño con las muchachas, más lacónico y esquivo. También más loco: aguó la fiesta de cumpleaños de Pusy arrojando una sarta de cuetes por la ventana, ella se echó a llorar y Mañuco se enojó, fue a buscarlo, se trompearon, Pichulita le pegó. Tardaron una semana en hacerlos amistar.

Se presentó borracho en la Misa del Gallo y Lalo y Choto tuvieron que sacarlo en peso al Parque, quisiera tener un revólver para matar a todo el que pase por la calle. Un domingo invadió la Pelouse del Hipódromo y con su Ford embestía a la gente que chillaba y saltaba las barreras.

En los Carnavales, las chicas le huían: las bombardeaba con proyectiles hediondos, cascarones, frutas podridas, globos inflados con pipi y las refregaba con barro, tinta, harina, jabón. Decíamos, en una de éstas lo van a matar.

Sus locuras le dieron mala fama. Él, a veces tristón, era la última vez, cambiaría, palabra de honor y a veces matón, se las pasaba, le resbalaban. En la fiesta de promoción, el único ausente de la clase fue Cuéllar. Escoge una hembrita y ven a la fiesta, pero él se negó.

IV

Al año siguiente, cuando Chingolo y Mañuco estaban ya en Primero de Ingeniería, Lalo en Pre-Médica y Choto comenzaba a trabajar en la Casa Wiese, llegó a Miraflores Teresita Arrarte. Cuéllar la vio y, por un tiempo al menos, cambió. De la noche a la mañana dejó de hacer locuras y de andar en mangas de camisa. Empezó a ponerse corbata y saco, a peinarse con montaña a lo Elvis Presley y a lustrarse los zapatos. Que alegrón, hermano, le decíamos, qué revolución verte así. Le gustaba Teresita.

De nuevo se volvió sociable. Los domingos aparecía en la misa de doce. Ya está, decía Fina, le llegó su hora, se enamoró. Chingolo se preguntaba si Teresita sabría que estaba castrado.

Cuéllar decidió por Teresita que se iba a operar. Se podía hacer en Nueva York, su viejo lo iba a llevar, dentro de un mes. Solo que no era seguro todavía, había que esperar una respuesta del doctor, mi viejo ya le escribió. Esperaron con impaciencia el correo, y un día su viejo le dijo que no se podía, pero que tuviera valor, que en Alemania a lo mejor, en París, en Londres, su viejo iba a averiguar, a escribir mil cartas. Pobrecito decían sus amigos, dan ganas de llorar, en que maldita hora vino Teresita al barrio, él se había conformado y ahora está desesperado. Cuéllar no tenía remedio no se podía operar.

Y entretanto comenzó de nuevo a ir de fiestas y, como para borrar la mala fama, se portaba como un muchacho modelo.

Cuéllar quería impresionar a Teresita y le hablaba de cosas raras y difíciles como la religión, la política, el espiritismo. Un día anunció que iba a estudiar. El año próximo entraría a la católica y haría abogacía, pero no para ser picapleitos sino para entrar a Torre Tagle y ser diplomático.

El amor hace milagros, decía Pusy, qué formalito se ha puesto, qué caballerito, ¿qué esperaba?, ya Hacía más de dos meses que la perseguía, y hasta ahora mucho ruido y pocas nueves. Con las coquetas como Tere nunca se sabía, parecía y después no. Pero Fina y Pusy le preguntaron si lo aceptaría y ella dio a entender que sí, se muere por él, pensaban.

Las cosas no pueden seguir así, dijo Lalo un día, lo tenía como a un perro, Pichulita se iba a volver loco, se podía hasta morir de amor, hagamos algo.

Sus amigos fueron a hablar con Teresita, pero esta se hizo la tonto y no les dijo nada. Se hace la que no, decíamos, pero no hay duda que sí: que Pichulita le caiga y se acabó, hablémosle. Pero era difícil y no se atrevían.

Y Cuéllar por su parte, tampoco se decidía: seguía noche y día detrás de Teresita y en Miraflores los que no sabían se burlaban de él, perrito faldero y las chicas le cantaban canciones para avergonzarlo y animarlo.

Sus amigos hablaron con él y le dijeron que se declarase que seguro que le decía que sí. Y de esta manera terminó el invierno, comenzó otro verano y llegó a Miraflores un muchacho que estudiaba arquitectura llamado Cachito Arnilla. Se arrimó al grupo y Teresita le invitaba a que se sentara a su lado, coqueteaba con él, sus amigos le decían que se la iban a quitar, que se adelantara.

Cachito le cayó a Teresita a fines de enero y ella que sí, pobre Pichulita, Teresa que perrada le hizo.

V

Entonces Pichula Cuéllar volvió a las andadas, otra vez a correr las olas y las carrera de coches. Lo hacía para que Teresita lo viera y para dejar mal a su enamorado, lo hacía diciendo eso de Mira Teresita lo que me atrevo y Cachito nada, fíjate en lo que te has perdido.

A mediados de ese año, Cuéllar entró a trabajar en la fábrica de su viejo; ahora se corregirá, decían, se volverá un muchacho formal. Pero no fu así, al contrario. Salía de la oficina y se iba a los bares a emborrachar. Se anochecía ahí, entre dados, ceniceros y botellas de cerveza helada, en cabarets de mala muerte, o en antros de lo peor dónde salía empeñado y tenía que dejar su reloj, su esclava de oro, con un ojo negro o una mano vendada, se perdió, decíamos. Pero los sábados salía siempre con nosotros. Cuéllar los recogía en el poderoso Nash que su viejo le cedió al cumplir la mayoría de edad.

Un día le pudo la desesperación. Pichulita, anda no llores, y el abrazaba el volante, suspiraba y con la cabeza y la voz rota no, sollozaba no, no lo habían estado fundiendo, y se secaba los ojos con un 'pañuelo, nadie se había burlado, quién se iba a atrever. Cuéllar se calmó por fin. Sincérate con nosotros, qué había pasado, y él nada, caray, se había entristecido un poco nada más. Les dijo que uno se pasaba el día trabajando, o chupando, o jaraneando, todos los días lo mismo y de repente envejecía y se moría. Si y también de pena por la gente pobre, por los ciegos, los cojos, por esos mendigos que iban pidiendo limosnas en el jirón, y por esos cholitos que te lustran los zapatos en la Plaza San Martín, pero ya se le había pasado. Pichulita, demuéstranos que se te pasó, otra risita: ja ja.

VI

Cuando Lalo se casó, Mañuco y Chingolo se recibían de Ingenieros. Cuéllar ya había tenido varios accidentes y su Volvo andaba siempre abollado, despintado, las lunas rajadas. Te matarás, y no le daría ni un centavo más, que recapacitara y enmendara, si no por ti por tu madre, eso le decía su padre y nosotros: ya estás grande para juntarte con mocosos Pichulita, pero él un día vagabundeaba de un barrio de Miraflores a otro y se lo veía en las esquinas, vestido como James Deam.

Su carro andaba siempre repleto de críos de trece, catorce y quince años y los domingos se aparecía en el Waikiki, con pandillas de criaturas. Les enseñaba a manejar el Volvo, se lucía ante ellos dando curvas en dos ruedas, a los toros, a las carreras al box. Sus amigos decían que resultaba cada día más difícil juntarse con él, en la calle lo miraban, lo silbaban y lo señalaban. Lalo decía: si nos ven mucho con él nos confundirán.

Se dedicó un tiempo al deporte y ello lo hace más que nada para figurar: Pichulita Cuéllar, corredor de autos como antes de olas. Participo en el Circuito de Atocongo y llegó tercero.

Pero se hizo más famoso todavía un poco después. Pichulita contra el tráfico. Los patrulleros lo perseguían y lo metían en comisaria. Pero a las pocas semanas tuvo su primer accidente grave, con las manos amarradas al volante y los ojos vendados. El segundo, tres meses después la noche que íbamos a la despedida de soltero de Lalo. Sus amigos estaban enfadados, basta ya de niñerías. Estaba desatado y no podían convencerlo, Cuéllar viejo, ya está bien, déjanos en nuestras casas y Lalo mañana se iba a casar, no sean inconsciente, nos vamos a matar y así fue, cocaron contra un taxi, y Lalo no se hizo nada, pero Mañuco y Choto se hincharon la cara y él se rompió tres costillas. Nos peleamos y un tiempo después los llamó por teléfono y nos amistamos, pero ya nunca fue como antes.

Desde entonces nos veíamos poco y cuando Mañuco se casó, él no fue a la despedida y cuando Chingolo regresó de Estado Unidos casado tampoco pues Cuéllar ya se había ido a la montaña a Tingo María, a sembrar café y cuando venía a Lima y lo encontraban en la calle, apenas nos saludábamos.

Y ya se había matado, yendo al Norte, en un choque, en las traicioneras curvas de Pasamayo, pobre, decíamos en el entierro, cuánto sufrió, qué vida tuvo, pero este final es un hecho que se lo buscó.

Eran hombres hechos y derechos ya y teníamos todos mujer, carro, hijos que estudiaban en el Champagnat, la Inmaculada o el Santa María, y se estaban construyendo una casita para el verano en Ancón, Santa Rosa o las playas del Sur, y comenzábamos a engordar y a tener canas, barriguitas, cuerpos blandos, a usar anteojos para leer, a sentir malestares después de comer y de beber y aparecían ya en sus pieles algunas pequitas, ciertas arruguitas.

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